jueves, 30 de mayo de 2013

LA LIGA DEL VIENTO DIVINO


En la novela "Caballos desbocados", Mishima empotra un relato preñado de aire épico: "La liga del Viento Divino", bello como el brillo de una katana. De un tiempo a esta parte, en LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS, hemos aludido al "Viento Sagrado", para referirnos a un espíritu indómito de combate tenaz, inspirado a instancias de la Santa Fe y auspiciado por los ángeles de DIOS; pero, no por invisible, este "Viento Sagrado" dejó de plasmarse, más allá de la metáfora, en la historia fáctica como ocurriera en la batalla del Río Frígido. En la historia de Japón también hubo un acontecimiento parecido que nos refiere Mishima:




"Si los hombres fuesen puros de corazón y reverenciaran al Emperador por encima de todo, el Viento Divino se levantaría de inmediato, tal como sucediera en tiempos de la invasión mongólica, y los bárbaros serían expulsados".

De ahí tomaron el nombre grupal los samuráis y sacerdotes shintoístas que formaron la Liga del Viento Divino.

¿Qué fue la "Liga del Viento Divino"? Para el burgués pragmático, un brindis al Sol que acabó en una absurda matanza. Para el hombre contemporáneo, un canto de cisne de una época y un estilo de vida que corría a su extinción natural. Para el hombre religioso, aquella gesta samurái es una expresión de la verdadera fecundidad del sacrificio, el ejemplo más acabado de fidelidad íntegra a unos principios que quería anular la revolución -que en su malignidad es un movimiento universal- al irrumpir en Japón los vicios y las aberraciones del occidente positivista y materialista, revolucionario. Los japoneses leales tampoco lo comprendieron, el mismo Mishima habla del "occidente cristiano", como si lo que llamamos "occidente" fuese, a esas alturas del siglo XIX, cristiano; cuando todos sabemos que ya no lo era.

Ritual del Seppuku, suicidio sacrificial


La Liga del Viento Divino, acaudillada por el sacerdote Otaguro planeó una insurrección de samuráis que llevarían a cabo el ritual de purificación por el cual Japón sería devuelto a su tradición que desviaban las sirenas del progresismo. Así, pensaban aquellos hombres, se impediría que la corrupción avanzara. La purga consistiría en el asesinato de todos los políticos y agentes nipones occidentalizados, los culpables de introducir las novelerías modernas.

Los hombres que formaban la Liga eran, permítasenos la licencia nominal, auténticos integristas nipones. Tomo Noguchi, por ejemplo, se negaba a caminar ni entre postes ni bajo hilos telegráficos, y cuando tenía que pasar forzosamente bajo ellos, se ponía el abanico sobre su cabeza a manera de escudo protector. Es un rasgo que muestra el instinto del hombre cabal, de puro corazón, que se resiste a las novedades de la técnica por considerarlas hostiles a la esencia de su tradición. Todavía en España, pudimos ver hasta hace poco el buen sentido de muchos ancianos y ancianas, como las que yo he oído, cuando ante el televisor las he escuchado diciendo: "Por ahí entra el demonio". Y buena razón llevaban. La sonrisa que se pinta en la cara del moderno ante estas anécdotas es algo que nos repugna, por ser fruto de su ignorancia colosal, de su engreimiento e infinita tontería profana.

Mientras el gobierno japonés -viciado de modernismo- iba conformando un ejército regular al modo occidental, estos hombres serían marginados como obsoleto lastre del pasado japonés. Se les prohibió ceñir la espada: "La espada japonesa, al ser canjeada por el sable, perdía su alma" -nos dice Mishima. Los más jóvenes de ellos "creían en la existencia de una conspiración, preparada para despojar a los dioses de su dignidad, alejarlos y reducirlos en la mayor medida de lo posible a la insignificancia".

Los hombres de la Liga del Viento Divino asaltaron el castillo de Kumamoto, el octavo día del noveno mes. Caer con tanta sorpresa sobre las guarniciones militarizadas del gobierno occidentalista japonés se resolvió, al principio, en una masacre a espada. Como tigres feroces, con sus katanas dieron cuenta de la soldadesca que la revolución había movilizado para convertir a Japón en un país como otro cualquiera. Pero, cuando en la confusión los militares pudieron hacerse con armas de fuego, la suerte dio un viraje y los samuráis fueron cayendo, sembrando el campo de cadáveres.

Harukata Kaya, blandiendo su katana, cargó contra los fusiles a la cabeza de algunos samuráis que le secundaron. Las balas los mataron. Harukata Kaya murió invocando al Dios de las Batallas: "¡Hachiman, dios de las batallas!" -fueron sus últimas palabras.


Controlada la situación por el ejército regular, los sumuráis supervivientes trataron de huir. Se le obturaron todas las vías de escapatoria. Y uno a uno, a excepción de uno que cumplió cadena perpetua, fue suministrándose la muerte ritual del seppuku (vulgarmente conocido como "hara-kiri".)

Sea el epitafio para todos ellos el poema que compuso Tadao Saruwatari y que llevaría escrito en un paño blanco que envolvería su cabeza de guerrero:

"Dividida nuestra Patria, vendida a los bárbaros, En peligro el Sagrado Trono, Que los dioses del Cielo y la Tierra auspicien nuestra leal devoción".


Era el año 1876 cuando aquellos samuráis ofrendaron sus vidas en una hecatombe apoteósica. Fue una ofrenda de la sangre de sus enemigos y de su propia sangre en aras de principios superiores a sus existencias individuales.

Muy lejos del Imperio del Sol Naciente, en España, el 28 de febrero de 1876, el rey ilegítimo Alfonso XII entraba en Pamplona, tras haber sido derrotado el Ejército de la Lealtad carlista en Estella. Los hidalgos españoles también se habían inmolado por los principios sagrados de Dios, la Patria, los Fueros y el Rey, nuestros verdaderos fundamentos como Nación, nuestra Santa Tradición.

También nuestros antepasados pudieron escribir en sus banderas:

"Dividida nuestra Patria, vendida a los bárbaros, 
En peligro el Sagrado Trono, 
Que Dios Señor de los Ejércitos, de Cielos y Tierra, 
Auspicie nuestra leal devoción."

El sacrificio de aquellos hombres, japoneses y españoles, nunca será en vano. Su derrota no confirma en modo alguno la victoria de sus enemigos, pues su muerte honrosa es ejemplo de las generaciones posteriores y venideras, por los siglos de los siglos.

En 2009 todavía quedan, por pocos que sean, samuráis en Japón. En 2009 todavía quedamos en España carlistas.

El Viento Sagrado está latente en los aires... Parafraseando aquella sentencia de los hombres de la Liga del Viento Divino, podemos decir nosotros:

"Si los hombres fuesen puros de corazón y adoraran a Cristo Rey por encima de todo, veneraran a la Patria y fuesen leales al Rey Legítimo, el Viento Divino se levantaría de inmediato, tal como sucediera en tiempos de Teodosio, y los bárbaros serían expulsados."


Existe una hermandad de espíritu entre todos aquellos hombres que son capaces de dar la vida por algo superior. Eso es lo que nunca han podido comprender los cobardes y viles engendros de la Revolución, nuestros eternos y universales enemigos.

Eso será lo que derrotará a la Revolución: la semilla cargada de eternidad que se oculta en todo sacrificio.


(CABALLOS DESBOCADOS LIBRO PDF)

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