Por Eduardo Romano
La soberbia es, sin duda, el mayor pecado del hombre actual. Antes, el hombre podía ser soberbio, pero no era estúpido. Ahora, el hombre tiene la soberbia de la ignorancia, la peor de todas.
Arturo Pérez Reverte
En estos tiempos es muy común escuchar cómo la gente habla despóticamente de la historia, alaba los avances sociales de la modernidad y critica las acciones de los antiguos, incluso he escuchado mencionar que bastaría pasar un escáner moderno de derechos humanos por encima de la historia de la civilización para condenar lo que el ciudadano bien pensante considera atroz y criminal.
Un día también escuche a un colega criticara una Esparta que sacrificaba a sus niños por considerarlos defectuosos, algo atroz sin duda, lo curioso es que este mismo colega que se sonroja estudiando la historia clásica no se inmutaba exigiendo "el derecho al aborto" como afirmación de los derechos individuales de las ciudadanas.
La inversión de los valores y la hipocresía popular no es algo sorprendente, lo sorprendente es que se siga juzgando a los antiguos y se sigan perpetuando sus prácticas.
En este caso me referiré al ostracismo, un castigo utilizado en la antigua Atenas y en algunos otros lugares como Egipto para castigar personas “incomodas” paras las instituciones mediante una expulsión democrática, mediante esta práctica se solicitaba a los ciudadanos escribir en un fragmento de cerámica denominado óstrakon(1) el nombre de un ciudadano considerado indeseable, luego del conteo de óstrakones se procedía a expulsar a la persona con mayor número de votos por el tiempo de 10 años, como era natural, muchos enemigos políticos de turno fueron sometidos a un ostracismo pagado por quien poseía el poder de la riqueza.
Muchos hombres buenos y valiosos se vieron sometidos a tan infame castigo sin tener en cuenta su servicio al estado, ni sus virtudes o sacrificios, uno de esto sería Arístides(2) el justo, quien fue expulsado muy a conveniencia de Temístocles vencedor en Salamina, quien a su vez se vio expulsado de Atenas cuando sus reformas civiles y estratégicas empezaron a molestar a los aristócratas.
Siglos han pasado desde entonces y occidente como buen heredero de las prácticas políticas de la Grecia antigua, también heredo sus castigos. Hoy podemos decir que la condena al ostracismo nunca acabo, se ha monopolizado, pero igualmente se vende al mejor postor.
¿Y quién impone este ancestral castigo?, se preguntaran, pues es simple, la prensa irresponsable y medios alternativos quienes por mantener un negocio informativo son capaces de hacer pedazos a un ciudadano condenándole simbólicamente al ostracismo, basta ver como se utilizo claramente y con orientación política en los actuales escándalos, en los que el presidente Santos se ha visto inmiscuido, muy a conveniencia de el por supuesto. Un ejemplo claro es el ciudadano increpado por el Señor Vargas Lleras quien no paso un día antes de que fuera lapidado por la prensa privada, la alternativa y los pasquines que abundan en Internet.
Pero no es de asombrarse, llevan ya rato haciéndolo, me pregunto acaso ¿quién vigila la responsabilidad de medios como Las DOS ORILLAS, LA SILLA VACÍA Y demás medios virtuales?, que ente nacional protege a los ciudadanos ante la manipulación de la información y los crímenes contra la verdad?
Ellos han pasado a ser quienes dictan sentencia, el Óstrakon moderno, ellos deciden quien está mal y quien bien, pero lo más preocupante somos los ciudadanos que permanecemos callados, incluso ratificamos la condena tomando como verdades sus artículos y señalando a los implicados eso sí, hasta que vivimos en carne propia su injusticia, recordemos que quien peca de omisión es tan culpable como quien comete la acción.
La justicia y la honra es un derecho de todos, me gusta imaginar que un día la luz de la ley alumbrara por igual todos y el honor volverá a ser el objetivo del hombre recto.
(1)Ostracon u Ostrakon (del griego: ὄστρακον ostracon, cuyo plural es ὄστρακα,ostraca) es una concha o fragmento de cerámica sobre el que se escribía el nombre del ciudadano condenado al ostracismo.
(2) Se cuenta que un analfabeto, tras entregar su óstrakon a Arístides, le pidió que escribiera el nombre de Arístides. Este asombrado le preguntó si Arístides le había causado algún daño. «En absoluto», respondió, «ni conozco a ese hombre, pero me molesta oírle llamar por todas partes el Justo». Después de escucharle, no replicó, escribió su propio nombre y le devolvió el óstrakon. Plutarco, op. cit. VII, 7–8
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