Por Eduardo Romano
“Yo, personalmente, hago lo que debo; lo demás no me atrae, porque es algo que carece
de vida, o de razón, o anda extraviado y desconoce el camino”. Marco Aurelio
¿Porqué un joven termina militando en grupos neonazis?, una pregunta que me han hecho bastante en los últimos días, y claro, no es de asombrarse ya que es un tema de moda en el país; por un lado, como herramienta política de desprestigio, y por otro, como chivo expiatorio de todo lo siniestro, perverso, y criminal que sucede en el país, y es incluso mayor que la noticia de los niños bomba inmolados en Tumaco.
En mi caso, se puede decir que fue una decisión que surgió de la necesidad de enfrentar una sociedad que no ofrecía alternativas a una juventud con sueños de progreso y educación. Pertenezco a una generación de habitantes de barrios periféricos de la ciudad, miembros de la clase obrera real, no "M-19", que todos los días debía enfrentarse a la miseria, la violencia y la criminalidad latente en los barrios del sur de Bogotá. Al igual que otros compañeros, me uní a estos grupos, impulsado por ideales de unidad, honor, y lealtad; una promesa de fraternidad para enfrentar la marginalidad; una quimera que con el trascurso del tiempo y el crecimiento de estas organizaciones juveniles fue desapareciendo, la heroicidad se fue cambiando por la devoción esclava a los sentidos.
Los años pasan y la educación nos lleva a plantear soluciones prácticas a realidades complejas. Ingresé en la universidad con una óptica política inmadura, quizá demasiado soñadora, que se vio enfrentada a la realidad social de su país junto con el señalamiento y el acoso por parte de profesores y compañeros quienes me veían como un defensor de las clases acaudaladas, inquisidor de jóvenes LGBT, y personas de color, algo totalmente absurdo,ninguno de ellos se detuvo a preguntarse quien era yo o que pensaba.
Antes de continuar debo aclarar que ni me siento ario, ni rubio, ni nada similar, soy consciente de mi mestizaje, tal como lo fue, quien es para mí un paradigma de lucha nacional, Pancho Villa. Mi ideal siempre fue romántico, orientado al honor al mejor estilo de Marinetti y su futurismo, del Mussolini del 19, de las ideas de una República de Salo, y de Giorgio Almirante en Italia. Nunca tuve predilección por modelos como el de Pinochet, Videla o Franco, ni tampoco fue mi norte el esoterismo místico hitleriano. He de confesar que siempre he rechazado el radicalismo religioso, así como las dictaduras.
Mi posición política, nunca fue recalcitrante, y a pesar de que haber sido permanente detractor de las ideas de izquierda, eso no me impidió fundir fuertes lazos de amistad con quienes comulgaban con dichas tendencias, de modo que si bien he sostenido una fuerte rivalidad con personas de tendencias socialistas, también muchas personas, compañeras ideológicas de éstas, han integrado mi círculo social.
Al transcurrir los años, me separé de mis antiguos compañeros de grupos skinhead, pues, resultaban inconciliables nuestras diferencias ideológicas y morales, especialmente, con quienes llevaban el liderazgo. Con el pasar de los días, ni siquiera volví a saber de ellos, solamente del señor Rúgeles, quien se convertiría en el más oportunista de los periodistas y a cuyas ansias de figurar debo hoy toda clase de impases que comprometen mi buen nombre, mi honra, mi honor, e incluso mi seguridad: se trata de una persona que habiendo sido seguidora del nazismo de línea falangista, hoy se encuentra cegado por el rencor contra un grupo del que siendo miembro fue expulsado por irremediables muestras de deshonestidad.
Hoy en día debo decir que maduré mi orientación a un pensamiento filosófico clásico, y me declaro un profundo admirador de Aristóteles, Marco Aurelio, Epícteto, Seneca, San Agustín y el más grande de todos Cristo Jesús, es por ello que, ahora, doy gracias al cielo por cada día de mi vida, no me arrepiento de un pasado que ha determinado el devenir que ha hecho de mí quien soy ahora.
No soy Uribista, tengo profundas críticas a la reforma laboral que se presentó en su gobierno, al recorte a la educación pública, al trato hacia los militares como piezas de ajedrez, la espuria negociación del fuero militar con la Fiscalía, y otros infortunados desaciertos que me tomaría más que un artículo mencionarlas. Jamás trabaje con ningún partido de Uribe, fui critico de la elección de Juan Manuel Santos y férreo antagonista del Centro de Pensamiento Primero Colombia, una organización oportunista cuyo director mancilla todo principio de dignidad y de lealtad, factor, éste, común dentro de los movimientos construidos alrededor de los favores políticos y de los puestos burocráticos, no por ello puedo dejar de reconocer la militancia de personas honestas en sus filas.
Me vinculé a apoyar comunidades negras por la necesidad de justicia que trasmitía el mensaje expuesto por el señor Manuel Moya Lara, un hombre humilde, integro y leal a su comunidad, algo que me llamo mucho la atención, ya que la justicia y los principios cristianos nos imponen la norma de unir fuerzas para ayudar a quien lo necesita, lamentablemente este gran hombre fue asesinado, algo que marco mi pensamiento y convirtió la necesidad de estas comunidades vulnerables en causa de vida y necesidad ética, hoy en día aun soy amigo de la Hija del Señor Blandón otra víctima de la guerrilla y de su hermano Darío Blandón.
Por esta razón he coincidido en lugares comunes con muchos defensores de derechos humanos, personas como Fernando Londoño Hoyos, Alejandro Ordóñez Maldonado, Pablo Victoria Wilches, María Fernanda Cabal, entre otros con quienes sólo me he topado casualmente, con algunos comparto sus principios, con otros discrepo profundamente, jamás trabajé en ninguna campaña electoral. No tengo fotos con Uribe ni Santos, no tomo el té con José Obdulio Gaviria, ni con ningún personaje de la política nacional. Mantengo una amistad sincera con Fernando Vargas Quemba, por quien siento profunda admiración, a quien le debo su consejo, y apoyo para direccionar mis ideales a la causa de la virtud de los principios cristianos, hoy comparto en algunos escenarios su noble causa del acompañamiento a las víctimas de las Guerrillas, quienes actualmente son totalmente ignoradas, vulneradas y pisoteadas, no solo por el gobierno nacional sino por la opinión pública.
Es sorprendente el boom mediático que ha causado en los medios este tema; personas de las que se espera una actuación seria y consecuente como el fiscal Eduardo Montealegre, el presidente Juan Manuel Santos, y diversos periodistas, utilizan el término ‘neonazi’,a conveniencia y de forma quirúrgica, para descalificar a sus contrarios políticos, o al enemigo público de turno, tal el caso de María Fernanda Cabal y Juan Sebastián Camelo, e incluso para hacer más graves, reprochables conductas como las llevadas a cabo por el presunto ‘hacker’ Andrés Sepúlveda (Alejandro Sepúlveda según la pobre indagación de la revista Pulzo), pues resulta más cómodo para el ente investigador tacharlo de fascista que hacer una pesquisa seria y responsable.
Invito a la sociedad a analizar las cosas con madurez, sin dejarse llevar por los viscerales señalamientos que a la ligera hacen los medios de comunicación.Es cierto que pertenecí a agrupaciones neonazis, pero ello en sí mismo es un ejercicio de la sagrada libertad de pensamiento, que garantiza la Constitución. Mientras yo soy señalado por mis pensamientos, autores de verdaderos crímenes atroces hoy ostentan cargos públicos, o son dignos plenipotenciarios de los grupos terroristas a los que pertenecen, tanto en el área política como en los medios masivos de comunicación. Por mi parte, jamás mate, ni coloque collares bomba, ni me tomé el palacio de justicia, ni participe en el genocidio del movimiento esperanza paz y libertad (Masacre Chinita), ni en la masacres como la de Bojayá, jamás sembré minas quiebrapatas, ni trafiqué con estupefacientes, ni recluté menores; pero parece que es más grave haber tenido alguna ideología política estigmatizada ante los ojos de una sociedad maniqueísta y parcializada.